Pasa, un panita se
mete en tu cuarto cuando intentas relajarte porque algo te duele e insiste en
darte un masaje. No quieres, porque es un pana, pero esas manos saben tocar,
esos dedos erizan y excitan cuando recorren la piel; ya no se quiere resistir,
tan sólo dejarse llevar. Y se dejan llevar, el masaje gana en intensidad y
profundidad, y al final, agitado y agotado, no se sabe si se quería eso o no,
pero ya acabó. ¿Moraleja?, aprendan, es lo bueno de saber dar masajes.
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