Había
algo, tal vez el sol, el calor, lo grato del trato en ese resort o que su mujer
andaba ocupada paseando con los niños y otras esposas, que excitaban de manera
suavemente cálida a Damián, agudizando sus sentidos haciéndole consiente de los
placeres. Tanto que se fijaba en cosas que antes no le afectaban, o cuyo
interés disimulaba, como en los guapos y musculosos tíos paseándose por allí
casi desnudos en bañador. Quemándose, ahogándose, intentando luchar contra ello
para no tener una erección en aquel lugar, se perdía en ardientes fantasías de
juegos y risas, de tocadas y acariciadas, de lamidas y gemidos, de gritos y
posesión de un sujeto por la dura hombría de otro. ¿La verdad?, Damián habría
hecho mejor en dejar de soñar, por lo menos una vez, y actuar. Sintiendo y
viviendo.
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