El
hijo del honorable empresario, señor Sákatelo, tiene que escapar a los baños, a
ese baño que queda justo por los lados de las canchas deportivas, frecuentado
por el profesorado, el personal administrativo y de faena del colegio. Su padre
acaba de enviarle un mensaje indicándole que esa noche conocerá a la hija de
una honorable familia de la que tiene que hacerse novio. Tanto estrés, angustia
e ira por su situación le lleva a buscar lo que necesita, algo rápido, sucio y
rudo; sentirse lleno, alimentado, sometido por esos carajos que ríen mientras
lo usan sabiéndole un sumiso. El pobre chico, mientras espera y se toca
recuerda al lava piscinas en casa de su padre, hace tiempo, que le pilló
mirándole mientras usaba aquella pequeña zunga que sólo se atrevía a llevar cuando
estaba solo. No lo estaba, y mirar al fornido joven, sin camisa, fue más fuerte
que sus temores a ser descubierto. Tuvo que salir, brazos a sus espaldas,
menudo, frágil, la pequeña y putona prenda… ofreciéndose. Él le enseñó dónde
estaba su lugar, su propósito, gimiendo casi acostado sobre su velluda pierna,
chupándole el dedo gordo del pie, entregado, oyéndole reír mientras del otro
lado, apartándole algo la zunga le preparaba con dos dedos. Es lo que ama, pero
¿cómo se lo dice a su papá?
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