De la
Guerra Fría, las cosas que no se sabían; como aquel lugar donde los soviéticos mantenían
alejados del radar a los espías americanos recluidos. Vigilándose. Odiándose
pero viviendo pendientes uno del otro. El intercambio de insultos, de ofensas,
uno resistiéndose, el otro controlándole. El americano aprovecha un momento y
escapa, el otro le sigue, le caza con el corazón bombeándole en el pecho y todo
duro bajo el pantalón. Ese hombre siempre le había inquietado. Le alcanza, se
empujan, y uno cede el control; no tan sorpresivo para el otro, a quien llevaba
tiempo trabajándole. Dormía en su celda y al despertar le encontraba mirándole,
especialmente el entrepiernas; le alimentaba mucho, con cosas ricas, y si los
dedos se le chorreaban de salsa o algo, los limpiaba con la lengua y su boca,
dando buenas chupadas. Todo eso fue aclarando el momento, el soviético lo sabía,
luego se lo cobró, riendo al saberse estremecido y ensartado por su dura, larga
y gruesa realidad. Ahora era el prisionero… Quería pertenecerle, entregándole
su vida, para siempre.
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