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lunes, 25 de abril de 2016

LA OTRA BODA


Sabe que está mal, que se casa al otro día por presiones de su familia, y que estar becerreando entre las piernas del padrino, su mejor amigo, antes de partir a la despedida de solteros, tal vez no fuera lo más apropiado. Pero sentía que se ahogaba, que podía ser la última oportunidad de saborear el mejor manjar que ha probado nunca, desde que tenía trece en el patio de la escuela, el dulce de las tres leches calientes. Y a ello se entrega, entusiasta, sin inhibiciones. ¡Lo necesitaba tanto! Pero llegó el futuro cuñado, sorprendiéndole… otra vez. Por suerte era ruin y depravado, sabía cómo ganarse su silencio, dejándole bien chupado. Y una idea sucia, terrible, le dominó mientras escuchaba a este preguntarle que cuántas se comía al día, burlándose; se casaría con la hermana y sería la caliente y puta hembra de su cuñado. Su ardiente pussyboy. De él y sus amigos, porque lo conoce, sabe que lo contará, que invitará a otros. Y, gimiendo de gusto, casi corriéndose como esa que tiene en la boca, sabe que es lo que quiere, la única manera en la que, tal vez, funcione esa boda.

martes, 12 de abril de 2016

ADIESTRANDO


El entrenador se había molestado porque subió trescientos gramos de un día al otro; le acusó de   goloso, de comer algo siempre que sale del gym, por eso, por su bien, le alimentará. Le daba a tragar todas las tardes, ¡y sí que estaba hambriento ese guapo macho! Después de los ejercicios, la rutina, el sudor, entre el calor y las pieles húmedas y pegajosas podía tocar, sobar, descubrir y probar de ese nuevo y delicioso manjar. A su mujer le extrañaba que llegara agotado, saciado y satisfecho. Claro que era mentira del entrenador. El tipo nunca aumentaba, de hecho estaba perdiendo algo de peso, amañó la báscula. Desde que le vio joven, fuerte, bello y sexy decidió que lo quería para diera mamadas cada tarde. “La cabecita, besa, pasa la lengua, baja”, guiarle, aunque ya no lo necesitaba, era junto a esos labios, mejillas y lengua trabajando lo mejor de sus tardes. Pero, ¿qué importa, incluso esos dedos que se volvían traviesos? Todos eran felices.