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martes, 12 de abril de 2016

ADIESTRANDO


El entrenador se había molestado porque subió trescientos gramos de un día al otro; le acusó de   goloso, de comer algo siempre que sale del gym, por eso, por su bien, le alimentará. Le daba a tragar todas las tardes, ¡y sí que estaba hambriento ese guapo macho! Después de los ejercicios, la rutina, el sudor, entre el calor y las pieles húmedas y pegajosas podía tocar, sobar, descubrir y probar de ese nuevo y delicioso manjar. A su mujer le extrañaba que llegara agotado, saciado y satisfecho. Claro que era mentira del entrenador. El tipo nunca aumentaba, de hecho estaba perdiendo algo de peso, amañó la báscula. Desde que le vio joven, fuerte, bello y sexy decidió que lo quería para diera mamadas cada tarde. “La cabecita, besa, pasa la lengua, baja”, guiarle, aunque ya no lo necesitaba, era junto a esos labios, mejillas y lengua trabajando lo mejor de sus tardes. Pero, ¿qué importa, incluso esos dedos que se volvían traviesos? Todos eran felices.

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