Aunque
el dueño no lo sabía, ni muchas de las clientes, el local se había convertido
en un conocido lugar de citas para los hombres de los alrededores, del liceo,
la fábrica, el taller, la comandancia de policía y aún del hospital. Todos se
daban una vuelta para ver qué pescaban. Como Néstor Gutiérrez, quien escuchó de
un negro que lo tenía grande… pero que gritaba y se partía cuando un hombre
blanco se lo metía. Duro y sucio. Tanto así que se lo hacían en los pasillos, aunque
este rogaba ir a otro sitio, porque a todos les divertía que se resistiera, que
rogara partir y hasta amenazara con irse para terminar gritando contenido
cuando se lo llenaban de carne clara en un apartado. “¿Esto es lo que le gusta
a tu estrecho y sucio agujero negro?, ¿ser golpeado duro como un sumiso?”, todavía
le preguntaban algunos, como el detective Gutiérrez. Quien no paraba, alzando
la voz, metiéndole el miedo en el cuerpo de que les pillaran (aunque notando que
se le ponía más caliente y mojado), hasta que el tipo gemía bajito pero
emocionado: “Si, si, fóllame como a una puta, déjamelo empapado”.
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