“Oh,
no, basta entrenador, no siga con… ¡ahhh!” se tensa y estremece el muchacho,
ojos nublados, todo girando a su alrededor. La risa del otro le llega mientras usa
diestramente sus aparejos. “¿No quieres seguir pasando el rato con mis
juguetes?, ¿qué clase de chico no ama los juguetes?”, se burla metiendo y
sacando esas cositas; “y por lo que veo y siento, tú los amas. Has nacido para
tenerlos metidos”. “No", todavía intenta una negativa, pero es ahogada por
un ronco jadeo. El hombre había decidido, nada más verlo llegar para formar
parte del equipo, transformarle en la chica del grupo, para que los otros
atletas descargaran en él sus ganas después de los juegos y de las prácticas, y
en esas fiestas donde a veces se metían en líos con chicas. Sobre una cama,
usando una pantaletica tipo tanga y un juguete atorado en su entrada, ese
muchacho les daría lo que necesitaban. “Ohhh, por favor…!, rostro rojo, ojos
húmedos, suplica el muchacho, todavía rogando por su hombría.
“Deja
de engañarte, muchacho, he hecho esto muchas veces antes y sé cómo atrapa y
hala un culito caliente cuando algo lo penetra y le gusta; pronto serás como el
resto de mis putitos, ya graduados y a quienes a veces visito, que en cuanto me
ven mojan sus pantaletas, porque siguen usándolas después de irse”, le informa,
incrementando las metidas y sacadas, siendo recompensado por un largo alarido; “si,
pronto lo tendrás empapado y resbaladizo de jugo de machos, y te encantará”, le
promete, siendo totalmente sincero en ese momento. Sabe muy bien cómo entrenar
a un lindo pussyboy. Ese era tan sólo el principio, cuando el capitán del equipo
y los dos defensas llegaran y entre los cuatros lo trataran, el cambio sería
definitivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario