No se
le podía criticar, ni señalar, era sencillamente su naturaleza. Naturaleza a
secas. Quería encontrar tíos blancos bien dotados que lo trataran con aspereza.
Aunque no lo parecía, menos a sus amigos y “novias”, en el momento dado gemía y
lanzaba gritos mientras abría su boca y tragaba, o era abierto entre sus
piernas. A ellos no podía engañarles mientras se lo hacían, burlándose del “negrito marica”,
ahora una “negrita” amante de los sujetos de cuellos rojos. Cerrando los ojos,
dejándose hacer, llenar y usar, con dureza, con fuertes embestidas, repleto de
carnes duras, se mojaba todo, sabiendo que, efectivamente, su “coño” estaba
caliente. “Joder, debemos llevar a la próxima fiesta de la fraternidad a este
mariconcito de mierda”, acota uno; “con todos nosotros dándole seguro se preña”.
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