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viernes, 10 de junio de 2016

UNA NECESARIA ESCAPADITA AL MALL


Cada vez que iba al centro comercial, mientras su mujer y las niñas se comían unos perros calientes, el catire también tragaba lo suyo de manos de aquellos dos enormes, apuestos y viriles cargadores de cajas. Le veían llegar, como si se hubiera perdido, o buscara algo, y los otros intercambiaban una mirada, socarrones, sabían lo que el catire quería… y las sacaban para que las viera y las deseara. ¡Y cómo salivaba el muy puto! Pronto estaba sin ropas, siendo empujado, llamado loquita y princesa, su ropa interior siempre era rasgada (¿cómo se lo explicaba a su mujer?, misterio), y era tomado y llenado por todos lados, mientras gritaba y gemía sintiendo que se moría de puro placer. Los hijos de perra le bañaban la cara al final, y con los restos del calzoncillo se secaba, salía y sentía que olía. Que otros machos lo percibían y sabían que era un puto. Eso le ponía mal, deseando ya otro viaje al centro comercial.

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