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domingo, 24 de julio de 2016

CORTOS BOYS


Cuando comenzaba en la escuela de medicina su padre le aconsejó que fuera ginecólogo “si quería divertirse”. Su mamá, que le conocía mejor, le dijo que se preparara para urólogo. Y así como se lo agradecía a ella, también recordaba a su papá cuando tanto se divertía. El mundo estaba tan lleno de carajos necesitados de ayuda para alcanzar la total satisfacción que no se daba abasto. Pero era reconfortante saber que, aunque fuera por un rato, aliviaba a todos esos tipos guapos y sexy que podrían obtener lo que quisiera de quien fuera, sacándolos de sus braguetas, pero que sufrían engañándose viviendo reprimidos.


Sabiendo de las presiones que vivían esos chicos, siempre tensos por los juegos, el entrenador dejaba juguetes por ahí para que se distrajeran y descargaran tensiones. Jóvenes, saludables y guapos, se entregaban con ganas y entusiasmo a la autosatisfacción. Todo lo mejor para sus muchachos; para ellos eran los buenos implementos deportivos y los más gruesos consoladores. Todo lo pagaba con los videos que a escondidas filmaba y vendía a un enorme precio entre jóvenes estudiantes de secundaria y tíos mayores. Todo era ganancia cada vez que uno de ellos, sobre el mismo banco, alcanzaba una ruidosa y blanca llegada.


Cerca de la empresa estaba aquella exclusiva y elegante sala de cine donde exhibían porno, heterosexual, las veinticuatro horas del día. Casi todos iban por las aventuras de las traviesas lolitas y de las mamis golosas… y los chicos como Bruno, que cuando a los otros les hervía el vaso de leche se ofrecía a bebérsela. Y no había quien dijera que no entre las butacas en las penumbras de la sala. Aunque, claro, nunca esperó encontrarse con su sexy y masculino jefe, quien resultaba también el marido de su hermana, quien burlón le exigió le mostrara con qué lograba convencer a tantos carajos a comprarle seguros de vida, de cuotas tan altas. Y lo hizo, le mostró su mejor argumento, su mejor cara.

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