Generalmente
escapaba y esperaba tan sólo por una probada, una con leche, claro. El lugar
con su regla de ropas afueras, le inquietaba, aunque no tanto como para detener
a ese hombre casado y con hijos que necesitaba de un desahogo de media tarde. O
de un suculento bocado. Y lo que apareció por ese agujero le abrió el apetito. Probó,
chupó, lamió, tragó… tan sólo para encontrarse más desesperado, urgido y
hambriento. Por suerte ese sujeto quiso ayudarle, y, aunque le avergüenza haberse
mostrado tan entusiasta, tan caliente, le emocionó que el otro quisiera, no, que
necesitara verle para saber quién era tan puto. ¡La torta! Fue un momento
difícil ese, no esperaba que se tratara del mejor amigo, y socio, de su padre,
que le conocía de toda la vida. Pero, en fin a veces, en momentos importantes todo
sujeto necesitaba de una paterna figura de autoridad, especialmente si era tan
caliente como esa. Y, si, había algo suciamente excitante en oírle decir: “si, así,
muévelo así, hijito; haz feliz a papá”. ¿Resultado?: Una citas impostergable cada
sábado.
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