Lo último
que esperaba este amigo era regresar donde ese hombre, pero algo, una
necesidad, unas piquiña interna que necesitaba ser rascada, le empujaba. Le
había conocido en aquel bar a donde fue a buscar nenas después de despedirse de
su prometida, a quien visitaban sus padres. Quiso acción y llegó ese tipo rudo,
viril, sentándose a su lado, mirándole de manera desconcertante, preguntándole
si estaba solo o si esperaba a algún novio. Azorado y algo molesto le dijo que
no era gay (el bar no lo era); este alzó una ceja, sonriendo con un "¡ah,
¿si?!”, y sin preguntar llamó al camarero ordenándole una copa, acercándosele y
diciéndole lo bonito que estaba y que era una pena que estuviera tan solito. No
sabe por qué se quedó, tal vez fue por lo insólito de la situación, que le hizo
reír mucho, y las copas que el otro le invitó. Venciendo su costumbre de alejar
el rostro, había tenido que reconocer con un escalofrío que era inquietante, y
cosquilleante, el dedo del otro acomodándole un riso tras la oreja de tanto en
tanto. Pensó que eso había durado demasiado, iba a despedirse cuando el otro le
besó, demandante, experto, metiéndole la lengua, atrapando la suya con los
dientes y rastrillándole, mareándole y haciéndole gemir. Debiendo salir, poco después,
rojo de cara, cuando el cantinero dijo que ese no era un lugar de esos. No sabe
cómo terminó en su auto, refregándosele, el otro metiéndole mano, poniéndole
caliente. O cómo acabó en su cama, donde tuvo miedo, pero esos labios en su
oído susurrándole “no pienses, bebé; sólo siente y libérate”, le hizo perder la
razón. Ahora iba y se abría al hombre que lo había seducido en una barra, como
hacía él con cuanta puta barata se encontraba. Y le gustaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario