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lunes, 31 de octubre de 2016

EN MANOS DE UN HOMBRE


Lo último que esperaba este amigo era regresar donde ese hombre, pero algo, una necesidad, unas piquiña interna que necesitaba ser rascada, le empujaba. Le había conocido en aquel bar a donde fue a buscar nenas después de despedirse de su prometida, a quien visitaban sus padres. Quiso acción y llegó ese tipo rudo, viril, sentándose a su lado, mirándole de manera desconcertante, preguntándole si estaba solo o si esperaba a algún novio. Azorado y algo molesto le dijo que no era gay (el bar no lo era); este alzó una ceja, sonriendo con un "¡ah, ¿si?!”, y sin preguntar llamó al camarero ordenándole una copa, acercándosele y diciéndole lo bonito que estaba y que era una pena que estuviera tan solito. No sabe por qué se quedó, tal vez fue por lo insólito de la situación, que le hizo reír mucho, y las copas que el otro le invitó. Venciendo su costumbre de alejar el rostro, había tenido que reconocer con un escalofrío que era inquietante, y cosquilleante, el dedo del otro acomodándole un riso tras la oreja de tanto en tanto. Pensó que eso había durado demasiado, iba a despedirse cuando el otro le besó, demandante, experto, metiéndole la lengua, atrapando la suya con los dientes y rastrillándole, mareándole y haciéndole gemir. Debiendo salir, poco después, rojo de cara, cuando el cantinero dijo que ese no era un lugar de esos. No sabe cómo terminó en su auto, refregándosele, el otro metiéndole mano, poniéndole caliente. O cómo acabó en su cama, donde tuvo miedo, pero esos labios en su oído susurrándole “no pienses, bebé; sólo siente y libérate”, le hizo perder la razón. Ahora iba y se abría al hombre que lo había seducido en una barra, como hacía él con cuanta puta barata se encontraba. Y le gustaba.

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