Se
habían puesto de acuerdo, mientras reían, transpirados después de las prácticas
deportivas. El cerebrito los había ayudado mucho con sus notas, sin pedir nada
a cambio, teniéndoles paciencia de santo. Tal vez podrían hacer algo por él, ya
que se acercaba su cumpleaños, facilitándole algo con lo que seguramente soñaba
cada noche en la soledad de su estrecha cama en la casa paterna. No podían ir y
dárselo allá, no lo disfrutaría como lo esperan, no temiendo que su madre
regrese en cualquier momento de la empresa, ni en la casa de alguno de ellos. Aunque
les divertiría, se morarían si los padres de algunos de ellos lo vieran en eso.
Así que pelaran sus regalos allí, los duros obsequios que el tímido cerebrito merece
por aplicado; que saboree y exprima el jugo de cada uno de ellos, y si otros
chicos llegan, entran y los pillan, más ganaría todavía.
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