El
médico, un macho recio, tiene como encomienda revisar al hijo de un colega que
había sido su profesor en la Escuela de Medicina. El chico iba a casarse, pero
mientras la fecha se acercaba, este parecía deprimido y sin ánimos, con mareos
y temblores. Revisándole, para saber qué tiene, el hombre entendió la razón:
era un tremendo maricón reprimido, que se creía un macho. Esa negación le
enfermaba, le trastornaba, y, lleno de piedad, decidió curarle, llenándole a fondo,
llegándole con su largo miembro hasta lo más profundo del alma. Entre los
gemidos y gritos, los de una la zorra realizada, la voz del galeno todavía se
escucha, ayudándole: Vamos, perrita, abre bien ese coño caliente para que un
hombre lo llene”. Si, ese muchacho se había salvado de una vida de
frustraciones e infelicidades, y de paso haría muy dichosos a todos los machos
que por su camino, de ahora en adelante, se crucen en su camino queriendo pasar
un buen rato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario