Es un
atractivo y exitoso profesional que controla su vida, su entorno, su ambiente.
Sonreído ante el interés y deseo que despierta, en chicos y chicas que
responden a sus encantos, deseando una cita, una salida… pero no es lo que
buscaba. No precisamente. Desea otras cosas, como al apuesto y acorralado ex condiscípulo
de colegio que llegó a su puerta una mañana a preguntar si no necesitaba de
alguien que hiciera reparaciones en la casa, cualquier cosa porque le urgía el
trabajo pues se había metido en problemas con el dinero del banco que
gerenciaba y ahora su familia pasaba las malas. Eso, escucharle suplicante,
verle la expresión de ansiedad, le envió un chorro de caliente ganas al bajo
vientre, invitándole a pasar, admirándole el trasero al pasar a su lado.
No
sabía ese hombre dónde se metía, contando con una antigua amistad que no
existía. Aunque gritó de sorpresa, y quiso irse cuando el otro, ceño fruncido y
autoritario le dijo que el único cargo que podía ofrecerle era como su esclavo
complaciente, que viviría en una caja y que sólo saldría para servirle, dentro
y fuera de la cama, el tipo no pudo hacer nada por hacerle desistir, ni pudo
irse. ¡Estaba mal! No tenía las fuerzas físicas ni anímicas necesarias, sabiéndose
acorralado y fracasado, ni poseía la determinación para luchar contra una
voluntad superior. Ese tipo, nada más verle volver a su vida, supo que el lío
del banco debía ser cierto, que se metió en ese lío empujado por una mujer
demandante de mimos y lujos, porque era un sujeto inferior, un sumiso que
andaba por el mundo, perdido, y en este caso en busca de un macho que lo
pusiera en su sitio. Lo supo por su trasero redondo bajo el jeans, el cual
exhibía sin notarlo; en su cintura delgada donde un hombre de verdad pondría
poner sus manos para sujetarle o alzarle y arrojarle sobre una cama. En su cara
anhelante y suplicante, fruncida de temor y excitación ante las palabras, muecas
y gestos de control. En los suaves labios que se entreabrió cuando aquel
hombre, al que le dijo entre chillidos que no era gay, acercó los suyos como
tentando un beso, luego cerrándolos, gimiendo de ganas, sobre su dura
masculinidad.
Si,
ese hombre de nuestros tiempos sabía lo que en verdad requería ese tío con
quien estudió en el pasado, uno de esos sujetos que andaban como perdidos por
ahí, necesitados de ser tomados, sometidos y rendidos ante la dura hombría de
un verdadero macho. Ahora estaba donde debía, ocupando su lugar, se dijo, extasiado
viendo a su conocido y bello esclavo, con los ojos llenos de gratitud mientras
en cuatro patas aceptaba su superioridad. Y de ahí ya no saldría, nunca le
liberaría. Mantendría a la mujer y los hijos y con ello le tendría atrapado,
luego, condicionándole, olvidaría todo lo que había sido su vida y sólo
existiría para rendirle pleitesía. Si, ahora le pertenecía.
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