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domingo, 12 de febrero de 2017

UN TIO DE MUNDO


Es un atractivo y exitoso profesional que controla su vida, su entorno, su ambiente. Sonreído ante el interés y deseo que despierta, en chicos y chicas que responden a sus encantos, deseando una cita, una salida… pero no es lo que buscaba. No precisamente. Desea otras cosas, como al apuesto y acorralado ex condiscípulo de colegio que llegó a su puerta una mañana a preguntar si no necesitaba de alguien que hiciera reparaciones en la casa, cualquier cosa porque le urgía el trabajo pues se había metido en problemas con el dinero del banco que gerenciaba y ahora su familia pasaba las malas. Eso, escucharle suplicante, verle la expresión de ansiedad, le envió un chorro de caliente ganas al bajo vientre, invitándole a pasar, admirándole el trasero al pasar a su lado.

No sabía ese hombre dónde se metía, contando con una antigua amistad que no existía. Aunque gritó de sorpresa, y quiso irse cuando el otro, ceño fruncido y autoritario le dijo que el único cargo que podía ofrecerle era como su esclavo complaciente, que viviría en una caja y que sólo saldría para servirle, dentro y fuera de la cama, el tipo no pudo hacer nada por hacerle desistir, ni pudo irse. ¡Estaba mal! No tenía las fuerzas físicas ni anímicas necesarias, sabiéndose acorralado y fracasado, ni poseía la determinación para luchar contra una voluntad superior. Ese tipo, nada más verle volver a su vida, supo que el lío del banco debía ser cierto, que se metió en ese lío empujado por una mujer demandante de mimos y lujos, porque era un sujeto inferior, un sumiso que andaba por el mundo, perdido, y en este caso en busca de un macho que lo pusiera en su sitio. Lo supo por su trasero redondo bajo el jeans, el cual exhibía sin notarlo; en su cintura delgada donde un hombre de verdad pondría poner sus manos para sujetarle o alzarle y arrojarle sobre una cama. En su cara anhelante y suplicante, fruncida de temor y excitación ante las palabras, muecas y gestos de control. En los suaves labios que se entreabrió cuando aquel hombre, al que le dijo entre chillidos que no era gay, acercó los suyos como tentando un beso, luego cerrándolos, gimiendo de ganas, sobre su dura masculinidad.


Si, ese hombre de nuestros tiempos sabía lo que en verdad requería ese tío con quien estudió en el pasado, uno de esos sujetos que andaban como perdidos por ahí, necesitados de ser tomados, sometidos y rendidos ante la dura hombría de un verdadero macho. Ahora estaba donde debía, ocupando su lugar, se dijo, extasiado viendo a su conocido y bello esclavo, con los ojos llenos de gratitud mientras en cuatro patas aceptaba su superioridad. Y de ahí ya no saldría, nunca le liberaría. Mantendría a la mujer y los hijos y con ello le tendría atrapado, luego, condicionándole, olvidaría todo lo que había sido su vida y sólo existiría para rendirle pleitesía. Si, ahora le pertenecía.

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