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viernes, 3 de marzo de 2017

DE OCIO Y JUICIO



Ya estaba cansado de ese muchacho vago que nada hacía en casa como no fuera trabajarle la paciencia. ¡Le molestaba tanto! Otros salían cada mañana a laborar, contribuyendo con la carga familiar en sus casas, pero él… Bien, era culpa de su permisiva mamá. Ese muchacho sólo servía para calientabraguetas y traer carajitas chillonas que salían medio vestidas al otro día. Eso se dijo, más furioso al no poder dejar de mirarlo, ni de tocarlo, ni de rozarlo con su vara larga, deseando darle con ella para que aprendiera. Le molestaba tanto por su continuo aire de desafío que quería verle ahogado, con arcadas de cuando su garganta quedara atragantada de carne, única evidencia de que, al menos en algo, se esforzaba. Y, bueno, tal vez por la justa indignación se la pasó la mano cuando se lo abrió y se lo llenó de “amor” del duro, para descargar el enojo, y este despertó gritándole que le soltara, que era un sucio maricón, que qué desgracia que su mamá se casó con él. Eso le irritó todavía más, y en lugar de retroceder decidió tratarle como merecía un ese vago culón. Que aprendiera a respetar, saber y admitir cuál era su lugar. Y lo haría a la antigua, con mano dura y con palabras, a las rudas palmadas que llenaban el cuarto esa mañana, se sumaban los aleccionadores “tómala toda putita, haz feliz a tu nuevo papá, nena mía”. Y darle y darle hasta que gritara un “sí, dámela toda, papi, llename con tus bebés como la putita que soy”. Lo que, reconoce el hombre, ya era una mejoría. Ahora servía para algo, se dijo, atrapándole de la cintura y haciéndole casi llorar por más de eso.

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