Los
sofocones de la reina. Fuera del hijo díscolo en sus enredos de casado, le toca
aquel nieto rebelde, voluntarioso y travieso. Sus escándalos y conquistas
siempre daban mucho de qué hablar. Alegaba este, riendo, que cuando se
calentaba… Lástima que la joven elegida como futura esposa no quiso nada con
él, dejándole así, todo duro y urgido a merced de descubrir nuevos placeres.
Por suerte para él, está su hermano, quien le habla de una “solución”, enviarle
un ujier que le alivie, con un buen masaje, toda esa tensión. Aunque sonaba
raro, nada sospechó, lo decía su sentado y “tan amado por el pueblo” hermano,
así que lo agradeció. No esperó esa mano que fuera a la raíz de su duro
problema, que apretara y sobara así, y se sintiera tan bien sobre las ropas. Le
sorprendió, alarmó e intentó apartarle cuando quiso tragarle, pero eso de que
sabía lo que hacía, que a veces ayudaba a su hermano cuando la ocasión lo
requería, le convenció. Y vaya boca para convencer, jadeó, sintiéndolo tan bien
que ni una idea podía hilar cuando su prometida por la puerta se asomó,
disculpándose e invitándole a salir a los jardines a pasear. Pero no podía, no en
esos momentos, no cuando ese carajo tragaba y le miraba prometiéndole más suciedades.
Y ninguna como ver cómo le desaparecía dentro del apretado y algo musculoso
agujero, uno evidentemente experto y muy ejercitado… Uno donde seguro su
hermanito mayor ya la había metido hasta el fondo, llenándole y haciéndole
gritar y gemir como ahora él hacía. Casi gritó de lo caliente que esa idea se
sintió.
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