Nervioso,
Richard le ruge al hombre que le suelte, que eso era una locura. No podía creer
que de verdad pensara aleccionarle por incumplir con el equipo, por asistir sólo
cuando quería y no concentrarse en los juegos provocando la derrota. “Te dije
que si no cambiabas te daría lo que mereces, que es también lo que necesitas”,
fue la respuesta. Iba gritar otra vez, entre furioso y temeroso, cuando su boca
fue ocupada por una bola de goma y los azotes comenzaron. Richard se tensó,
mordió la bola, gritó y se agitó, ojos llenos de lágrimas ante las palmadas y
el abuso… muy duro bajo aquella extrañas ropas que el otro le puso, meciendo su
trasero buscando aquellas rudas atenciones, casi llegando al orgasmo con una
pasada de lengua o de dedos. “¿Te gusta?, ¿te gusta?”, le parece escuchar a lo
lejos y jadeas ahogados “sí”. “Bien, hazlo mal, falla otra vez, y nunca te lo
vuelvo a hacer”.
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