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jueves, 6 de septiembre de 2018

LA LLAVE DEL FONTANERO



Cansada de la cañería que goteaba, la esposa llama finalmente al plomero, a pesar de la dura resistencia de su marido. Ella creía que lo hacía por machista, por la absurda idea de que todo podían resolverlo. Como otras mujeres jóvenes casadas, no entiende que muchas veces los hombres no quieren llamarlos porque no desean admitir cuanto los necesitan en sus vidas. Estos, con ese aire de provocadora virilidad, terminaban afectándoles si, para colmo, la esposas salían y los dejaban encargados de no apartar los ojos de los agresivos gañanes. Y este caso no era diferente, ni el marido que no podía dejar de ver, ni el fontanero que nota sus miradas disimuladas. Que reconoce porque en otras casas y apartamentos ya las ha recibido y apiadándose del patético sujeto decide curarle de esa urgencia secreta, obligándole a salir de su closet, a exponerse por primera vez ante el mundo. Cuando terminara con este, reparándole mejor que a la cañería, ese sujeto quedaría alucinado y sonriente, ya soñando con el próximo hombre, el mecánico del carro de su mujer, a quien también se resistía a ver. Ya no. Ahora, aunque lo ocultara para sí (su mujer no necesitaba saberlo), era un marica feliz.

Ah, plomeros y porno, eso va de la mano.

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