¿Han
escuchado de esos jóvenes a quienes sus padres dejan una noche encerrado para
que agarren miedo y se comporten? A este chico se lo hicieron, y como ese largo
fin de semana le tocaba la guardia al molesto sargento Sadiac, la lección fue
completa y total. Usado y abusado, totalmente asustado, el joven, sin embargo,
descubre entre los gritos e insultos cuál es su lugar. Penetrado por variados
objetos casi puede decir en qué momento nació de nuevo, mirado por esos tíos
que sonreían como sabiendo lo que le pasa y les divirtiera su mariconeidad recién
descubierta. Posiblemente el mérito fuera de Sadiac, quien le hizo saber que en
el sexo siempre debía estar pendiente de los deseos del hombre real, que sus pequeños,
ávidos y viciosos agujeros estaban ahí para ser llenados cuando se deseara, de la
manera que fuera. Cuando finalizara el largo fin de semana (el lunes sería
feriado), y que apenas iniciaba ese viernes por la noche en ese apartado rincón,
el chico comprendería y aceptaría gustoso que su placer venía de complacer a
los machos con lo que este sujeto, despectivamente, llamaba su apretado y
mojado coño.
Claro,
era una pena, el fin de semana en algún momento terminaría… A menos que
cometiera algún otro pecadillo que retrasara su salida. Y no pocos chicos los
cometían para seguir sirviendo a los rudos presos necesitados de afectos.
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