Cuando
usa uno de sus hilos dentales sobre su recio cuerpo, en los vestuarios del gym,
sabe que los tíos indefinidos, los que se ocultan aún de ellos mismos, no
pueden apartar la vista de la pequeña pero llena maleta por dónde sacan la
envergadura del pasajero. Eso era llevarla, acercarse a uno de ellos, de cara roja
y ojos lastimosamente anhelantes para que pronto se le estuviera metiendo por
el alma, con todo, mientras le preguntaba, como parte del ritual de
apareamiento y de nacimiento de nuevos chicos, si le gustaba sentirlo en su
dulce vagina, que se notaba que nació para eso por la forma en la que apretaba.
Eran palabras y juegos de dominio y control en el sexo, algo que todo hombre
ama, como demostraba que siempre llegaba otro y otro para recibir su parte de
lo que se repartía sobre esa banca, también.
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