Le llamaban,
“preséntate en tal sitio, sabes qué llevar”. Y aparecía, temblando, siendo casi
asaltado por sus dos ex mejores amigos del alma, ahora sus hombres. Le habían
pillado mirando a un chico en la calle y le sometieron, riendo, crueles,
desconsiderados. Ya no era uno de ellos, ahora era un cabrón dispuesto siempre
para sus juegos. Y algo cambió en él. Cada vez que le tomaron, le llenaron con
sus masculinidades, le gritaron, lo insultaron, lo inundaron con sus abundantes
jugos modificadores, su hambre, sus ganas, su necesidad de ellos despertaba más
y más. Le avergonzaba ser tan sumiso, rogarles tanto, aceptar de manera tan
erótica todo lo que le exigían. Cada día necesitando de nuevas formas de
entrega, como lamer los dedos de sus pies, o aceptando nalgadas, salivazos o
que le exhibieran. Podría decirse que ellos le llevaron a eso, pero temblando
de excitación sabía que no era totalmente cierto. Nunca se sentía mejor que
cuando le tomaban rudamente, le miraban con asco, lo llenaban de machos. Era
completamente feliz como el puto de los dos. O, tal vez, ¿de todos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario