Bajo
el inclemente sol, dándole duro a esos troncos que parecen de piedra después de
casi mil tareas previas, el hijo del hacendado y el joven empleado sudan la mar,
de muy mal humor. Uno, molesto porque el resto ya descansa en el pueblo; el otro
porque su papá lo pone a hacer todo eso para castigarle por rebelde. Cuando la
mandarria casi le da en un pie, el muchacho ruge un “¿cuál es tu problema?”. A
lo que el otro responde que es injusto que todavía esté haciendo esa vaina
cuando los otros ya toman todos los culitos de chicas en el pueblo. El joven le
mira, ceñudo: “¿es todo?, ¿lo que quiere es un culo? Aquí mismo tienes uno”.
Ofrece, y a caballo regalado no hay vaquero que le vea colmillo. Jóvenes y
calentorros, pronto estará lamiéndole el sudor de entre las mejillas, a lo que
el chico responderá, agradecido, chupándolo y luego montándose para cabalgarle,
donde siempre, en los sanitarios cercanos. Que era, justo, por lo que le había
reprendido su padre, que ya hubiera montado a la mitad de los chicos del rancho
en ese baño; pero era joven, ¿qué se le podía reprochar por querer vivir y
probar? Y el mundo estaba tan lleno de buenos y bellos machos…
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