“No
llore, Jiménez, sabía a lo que se exponía enviándole mensajitos a su novia en
lugar de prestar atención”, ruge el profesor Mendoza azotando a otro de esos
alumnos que se distraían en el aula. Y era cierto, todos sabían a lo que se
exponían si interrumpían su clase o dejaban de pararle bolas: ¡Nalgadas! Y si
reprobaban la materia, fuera de muchas, muchas palmadas, sabían que tendrían
que trabajar duro, bien duro, para recuperarla o repetirían… encontrándole, de
nuevo, al año siguiente.
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