Su
mujer le había encargado una labor: cada mañana, después de que nade, que suba
y despierte al vago de su hermano para que vaya a trabajar. Va y lo hace,
riendo en esa secreta y muy de ellos estrecha relación que han establecido. Al
hombre, que salía algo caliente de la alberca, ¿por culpa del chico bañador que
apretaba donde tocaba?, sabía que no le llevaría mucho tiempo ponerle de ánimos
“para jugar”. El otro tenía un dulce y tierno botoncito que en cuando le hundía
el dedo, le despertaba completamente y el trabajo ya estaba hecho.
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