Los socios le dijeron
que era conveniente que aprendiera otra lengua, y aunque era una nulidad para
los idiomas, especialmente el inglés, y le fastidiaba tener que hacerlo, aceptó.
Una locura, una pérdida total de tiempo, ya que ante el bonito osito, carita de
luna, en lo único que podía pensar era en probarle la lengua, chupársela y
mordisqueársela. Por suerte, él mismo era bueno con la suya, lograba convencer
a cualquiera, en una sala de junta o sobre una cama, ¡y cómo le salivaba y
mojaba!, lo que estaba bien cuando se quería lubricar un dulce, apretado y
velludo agujero de macho. Desde que le viera, dejó de prestarle tención a lo
que le explicaba, tan sólo deseando tenerle sobre su regazo, dándole y dándole,
viendo y escuchando al carita redonda chillando mientras cabalgaba sin
descanso, arriba y abajo, hacia la gloria de la total entrega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario