Con
la mujer lejos cuidando a su madre y las noches calurosas, lujuriosas y
solitarias, este amigo frente a la ventana comienza un juego: calienta al
marica. Podría ser “a la persona que pasara”, pero con las tías era una lotería
que podría salir mal, terminando recibiendo la visita de la policía. Con un
chico calentorro… Bien, grande, bronceado de vivir al aire libre, recio de las
idas al gimnasio, expone sus encantos. Jugando a incitar al que mira, dejando
escapar parte de todas esas ganas que tiene. Se toca y sonríe, se recorre con
las manos el firme trasero y se estremece aunque no es gay. Le oye gemir y
susurra un vehemente “abre la ventana, por favor, déjame tocarte; lamerte”. Y
casi se corre de pura emoción, sabiendo cuánto gusta en ese momento de su vida,
y que si lo permitiera, si tan sólo fuera un poco más osado y le dejara entrar sería
adorado por ese chico con total rendición.
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