Si,
era un hombre maduro, atareado, gerente de una gran empresa, que dedicaba sus
ratos libres, sus tardes, a dar masajes terapéuticos a los chicos del equipo de
futbol de su alma mater, cosa que nadie cuestionaba ya que, en efecto, ayudaba
a los muchachos que lo pedían. Lo hace porque amó sus años de estudiante, de
fiestas en la casa de fraternidad, todo lo que se divirtió con sus “hermanos” en
las duchas, en los cálidos vestuarios, en las fiestas con los muchachos,
siempre medios excitados y ebrios, muchos de ellos aún amigos, casados y todos,
pero que a veces se reunían y recordaban. Por amor a esos tiempos, ofrecía sus
oficios intentando siempre ser profesional, por muy acuerpados, calientes y
bellos que fueran. Pero si había gemiditos cuando los tocaba, estremecimientos
y ronroneos cuando sus manos sobaban, tal vez pudiera haber fiesta. ¿Qué
tendría de malo, si los chicos parecían quererlo? Separar piernas, sobar
traseros, halar las pulsantes entrada con sus dedos, le daban siempre las
respuestas que esperaba, cuando se daba por consenso, sólo así permitía que su
lengua tanteara y entrara en esos traseros cerrados y viriles, que sus dedos exploraran,
demostrando y prometiendo premios aún mayores; antes saboreaba la dureza de la
juventud. A los chicos les agrada experimentar, y a él enseñar. A dar, pero especialmente
a recibir caliente esperma.
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