No,
no era su culpa que ese compañero de trabajo con quien debía compartir cuarto
se embriagara de tal manera, ni que fuera tan caliente, o que él mismo
estuviera algo tomado y desaparecieran ciertas restricciones. Las que se había
impuesto a lo largo de los años, cuando en la universidad, con un buen amigo y
compañero de clases se la pasaba para arriba y para abajo, se ejercitaban y
salían juntos de pachanga, siempre tocándose y jugando, como cuando sobre su
cama leía y ese chico llegaba y se le subía encima, y lo maraqueaba diciéndole
que lo preñaría. Ni que bebidos en una fiesta decembrina, compartiendo cama,
semi desnudos, lo repitiera, poniéndose duro, él paralizándose, alcanzado por
sensaciones nuevas contra sus nalgas, en la raja entre ellas. Que las prendas
bajaran, pero que riendo, el otro dijera que no acertaba a meterla (estando algo
más tomado), invirtiéndose los papeles, él si lográndolo, comiéndose y
saboreándose su cereza, haciéndole chillar, saltar y suplicar por más, fue
igual a la amistad acabándose al otro día, jurándose en ese entonces, herido, que
nunca más. Casándose y todo, pero ahora, con el bello semental a la mano, tan
tomado… bien, estrictamente hablando no era su amigo, amigo, ¿okay?, así que no
nada se perdería. También parecía que lo esperaba y que lo disfrutaba. Después
de todo, sólo se tiene una vida para vivirla.
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