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viernes, 15 de junio de 2018

VESTURIOS Y TESTOSTERONAS



Era algo en el aire que los ponía traviesos y cachondos. O eso pensaba Pepe, hijo del entrenador que siempre se ofrecía a poner orden en los vestuarios después de juegos y prácticas, antes de ir con su novia. Recorriendo el sitio y tomando los suspensorios usados, todavía calientes y húmedos, oliéndolos. Mareándose ante el aroma acre a bolas, sudor, algo de orina y hasta de esperma. No le extrañaba que entre prácticas y juegos más de uno se emocionara y les babeara, también a él le pasa. Aunque se decía hétero, se llevaba las prendas y en su cama las disfrutaba, oliéndolas, cubriéndose la cara con ellas, perdiéndose en cachondez, imaginando que usándolas, todos duros, los chicos se las recostaban en el trasero bajo las duchas, y empujaban y empujaban riendo. Lo que nunca esperó fue ver al catire, el capitán, también alebrestado, tocándose, dándose. Un rico bocado al cual clavar el diente, por así decirlo. Juntos, por fin experimentan y descubren qué tal era eso, entre maricones. “¿Nos vemos mañana?”, cuando le preguntó, al final, temblaba entero. “Claro, papá”, la respuesta le devolvió el alma al cuerpo.

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