Una
cosa que sorprende a los habituales a aquel sanitario en el sótano dos del
Metro, no era la resistencia bucal de aquel carajo de cara desesperada, era el
afán que ponía en llenarse la panza. Podía pasar horas en ese inmundo lugar,
viendo entrar y salir tíos que lo miraban becerrear, como atónitos, sobándose
un poco, y los más osados acercándose para darle una probada de su caliente
semilla antes de volver con sus familias. Como fuera, ya se le conocía, que a
esas horas se le podría encontrar, y si uno andaba muy cargado, y el muy ávido…
¿No
sería increíble entrar y encontrarles en eso, acercándose y ver que el becerro
es un conocido o amigo?
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