En
brazos del mejor amigo de su hermano, mientras la esposa lleva a los niños al
cine, aquel joven solloza y gime. De muchacho soñaba con su primera vez, con el
chico guapo que se sonrojaría mirándole, que le invitaría a tomar un café, a
caminar por las calles una tarde de vientos, con las hojas cayendo de los
árboles, chocando sus hombros, disimuladamente tocando sus manos, robándole un
beso antes de terminar en alguna pequeña pieza, explorándose juntos,
descubriendo el camino. No pensó que ocurriría en aquella fiesta, donde el
hermano de una amiga lo empujaría llamándole sucio invertido, que notó que no
dejaba de verlo, preguntándole grosero “¿querías esto?”, sacándosela de los
pantalones y arrojándole sobre sus rodillas, casi asfixiándole con la barra
pero también con el olor a sudor y orina; rugiéndole cosas feas y denigrantes,
burlándose de su miedo, para luego robar su inocencia entre rudas y crueles
embestidas, dejándole todo chorreado, pateándole por la baja espalda para que
cayera de panza en aquel piso de baño, donde otros mirarían y reirían. Abandonándole
allí, indolente, totalmente adolorido y humillado, degradado… Muy caliente en
su cama dos noches después. Buscando desde ese entonces a ese tipo de chicos
que le buscaban para que les aliviara. Cosa que lo excitaba, ser usado y dejado
de lado. Será como le dijera ese sujeto aquella primera vez, viendo que se había
corrido, riendo de manera cruel y odiosa: “Bien, otro marica ha nacido”.
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