No
hay peor cara dura que un tipo abusador. Cuando se duchaba y descubrió que le
miraban, el voluntarioso y agresivo tipo fue al apartamento de al lado,
siguiendo el cable, donde vivía una pareja a la que conocía. Se follaba casi
cada tarde a la mujer, una joven enfermera, dejando a veces manchas de sus
hazañas sobre las almohadas. Sonreía al ver al marido cuando se lo cruzaba en
el pasillo, hasta que le notó algo faltón; este pasaba y le miraba mucho el
entrepiernas. Tal vez había dejado demasiada de su esencia y este la había
olido, o lamido, y eso le afectaba; o era un
maricón disfrazado de casado. Ahora le grita y le cae encima,
excitándose al verle tan sumiso, burlándose al estribillo de “seguramente que
eres uno de esos gay de closet que se esconden pero que si saben cómo tratar con
un buen miembro”. Y si, resultó que el otro tragaba, apretaba y halaba sabroso,
entre gritos de locura, pidiendo más, cosa que no dejó lugar a dudas.
Sonriendo, el tipo se felicita, ahora tenía para sí el coñito de la enfermera y
el coñote de su marido. Un día los reuniría y les daría a los dos; tal vez los
haría compartir pantaletas. Oh, sí, la vida podía ser tan fácil y buena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario