Era
lo último que esos hombres le soportaban al representante ladrón que los
trataba como bestias de carga, robándoles sus utilidades mientras les insultaba
con gritos de que sólo sirven para recibir castigo. “¿Eso crees?, veremos si te
gustan a ti unos buenos golpes profundos”, rugió uno, y como un solo hombre los
dos le cayeron encima, reduciéndole, llamándole cabrón y maricón. Al verse en
esa situación, el elegante hombre de negocios, cuya esposa es la heredera de
una gran fortuna, quiso apaciguarles, pero ya estaban más allá de eso, justamente
indignados. “Abre la boca y trágate tus palabras, encontrarás que así de duras
fueron”, agregó el otro, empujándosela. Entre los dos asaltaron sus vírgenes
labios, golpearon su cara, y se rieron al verle ir de aquí para allá. “Te lo
dije, se comportaba así porque estaba hambriento de machos”, apuntó el primero.
“Si, debe ser por eso que parecía tranquilo al llegar y en cuanto nos veía
sudados, jadeando de los entrenamientos, oliendo fuerte a hombres, se ponía
ruin”, rió el otro. Y cerrando los ojos, saboreando el momento, un poco
avergonzado, el tipo imagina que sí, que seguramente era eso. “Vamos,
pantalones afuera, vamos a liberarte de tus complejos y limitaciones. No
seguirás viviendo negándote lo que siente, quieres y mereces, princesa”, le
promete uno, mientras ya le levanta para que se desvista y les entregue su
última frontera. Pero si, parecía que sería para mejor. Los dos rudos
boxeadores iban a curarle de su heterosexualidad pretendida, algo tan laborioso
que sólo dos como ellos podrían.
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