Los dos
idiotas aún no se habían dado cuenta; nada en eso de “ver” quien la tenía más
grande había sido casual, como no lo sería el resultado. Sonriendo, el semental
negro sabía que en cuánto la vieran y midieran tendrían que tocarla y probarla,
por muy heterosexuales que fueran sus dos viejos amigos de parrandas. Sería una
necesidad biológica hacerlo. Y en cuanto la tocaran, sobaran, lamieran o la
montaran ya entrarían a formar parte de su extenso harén. Ya no saldrían de su
casa a menos que les gritara y los corriera, como a veces hacía con los otros
cuando mendigaban demasiado por su afecto… largo y grueso, como hacía el pana
que filmaba el video. Esos dos, panitas hasta ese momento, serían sus esclavos,
siempre deseosos de servirle, viviendo de rodillas, o en cuatro patas sobre su
cama, a veces jugando entre ellos como chicas calientes. En cuanto pelaron los
ojos, sorprendidos por su pieza, mirándola hipnotizados, supo que podría hacer
con ellos lo que quisiera.
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