Después del colegio y
de la práctica en la cancha con el resto de los muchachos, y antes de ir con su
novia, el chico, joven, guapo, dulcemente agresivo y aventurero se entrega a su
otra vida. La secreta. La real. Esa que experimenta intensamente en aquellos
baños de múltiples agujeros de gloria, los cuales le hacen arder de lujuria
nada más llegar. Lo rodean ojos codiciosos mirando su cuerpo casi adolecente
aún; machos trastornados porque lo huelen todo putito y caliente. Como varios
gimnasios quedan cerca, así como dos canchas de futbol, transpirados paquetes
que abultan sobre los suspensorios se le ofrecen. Y el chico, jadeante, mirada
nublada, es incapaz de resistirse al llamado, a la cercanía de todas esas
masculinidades que le prometen de todo. Se inclina y toca, toma, olfatea, hunde
su carita traviesa, repartiendo besos y lametones con su entusiasta lengua. El
calor sube, las ganas de los tíos también, y la lujuria del chico se multiplica; las quiere todas, absolutamente
todas llenando sus entradas. Hombres y más hombre rodeándole, dándole duro. Y
por un rato, sólo allí y en esos momentos, quedaría algo satisfecho, capaz de
volver a la otra vida… hasta el día siguiente.
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