No
llevándose bien con su futuro cuñado lo reta a luchar en el club de la pelea de
los hombres idiotas, lugar donde pierden tiempo haciéndose los duros. El
combate comienza bien, el hermano de su futura mujer no es tan alto, ni tiene
un cuerpo tan bueno como el suyo, pero luchando, tocándose, frotándose,
entiende que le quiere sentir, tocarle, que lo toque, que lo deje debajo y se
le monte para controlarlo. Pero no podía, no debía, ¡era un hombre y debía
actuar como tal!, por eso luchaba con fuerza, pero sabía que se ponía duro y
que el otro lo notaba, sonriendo algo burlón, dándole apretadas para que
supiera que sabía, pegándole la suya, dura y caliente tras la breve tela.
Quiere escapar, levantarse y mandarle al coño, pero no puede. Entre gritos de aprobación
de los presentes, las manos bajan, los bañadores también, las frotadas son de
desafíos. “Abre la boca, cabrona”, le escuchaba a cada rato, mareándole. Se
pierde y se lo clava. Frente a todos, el hermano de su novia, quien, al otro
día, sonreiría bastante, con sus amigos, mientras le miraban esperándola, rojo
de cara, al pie del altar.
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