Entre
hombres rudos, castigados por el sol y los desengaños, con mujeres que se quejan
por la falta de plata y las duras condiciones de vida, se dan esos furtivos y necesarios
encuentros. Apartados, alejados, escondidos pasan el rato; única manera en la
que pueden hacerlo en una tierra donde los hombres todavía se tocan únicamente
para palear. Gruñendo bajo el sol que quemaba su cogote, excitado y sonriendo
socarrón lo ve llegar, y sin mediar palabras ya estaba tragando, urgido,
sorbiendo, chupando, hambriento de toda una semana sin darse uno de esos
encuentros. Sonreía en esos momentos, dándole duro, disfrutando del instante en
que, de rodillas, el otro macho era el apasionado sumiso de su duro y goteante encanto.
Pronto la tortilla se volvería y pagaría las atenciones que el Marshall le
brindaba… desde que le pilló comiéndole los duros encantos a cinco indocumentados
mexicanos que colaba por la frontera por unas pocas monedas. El negocio eran
las chupadas, una afición que no podía publicitar ni dejar que se supiera.
Aunque no era lo único que le podía dar felicidad, como descubrió de rodillas
mientras gemía y pedía que se la llevara hasta el fondo. Eso le encantaba aún
mucho más.
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