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miércoles, 12 de abril de 2017

LA HORA FELIZ


No era su culpa, no realmente, ni siquiera del alcohol, no era que estuviera abusando de la hospitalidad de sus suegros, pero saber que el muchachito ese siempre andaba caliente, sediento y hambriento por una, que nunca se negaba a caer de rodillas en seguida, dónde sea y con quién fuera, le empujaba a escapar un ratico, diciéndose que sería uno rapidito, llenarle la boca para que también disfrutara la fiesta y luego salir. Pero sabe que nunca es tan fácil, no con ese jovencito calientabraguetas. Cuando se alejaba del resto, con aire furtivo, diciéndose que serían unos cinco o diez minutos, un disparo directo a la garganta, sabía, muy en el fondo, que el joven terminaría arrastrándole para que le diera lo que tanto le gustaba y necesita, sobre la cama, muy abierto de piernas. Era imposible alejarse oyéndole gemir contenido, moviéndose como atormentado bajo el control de un hombre, viéndose a un tiempo satisfecho pero también terriblemente excitado. Era difícil resistirse a quedarse, despojándose imprudentemente de todo y enchufársele, sabiendo que ese era el lugar a dónde el chico pertenecía, porque, hacía rato que este ya lo había aceptado: sólo vivía cuando era montado por machos.

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