No
era su culpa, no realmente, ni siquiera del alcohol, no era que estuviera
abusando de la hospitalidad de sus suegros, pero saber que el muchachito ese
siempre andaba caliente, sediento y hambriento por una, que nunca se negaba a
caer de rodillas en seguida, dónde sea y con quién fuera, le empujaba a escapar
un ratico, diciéndose que sería uno rapidito, llenarle la boca para que también
disfrutara la fiesta y luego salir. Pero sabe que nunca es tan fácil, no con
ese jovencito calientabraguetas. Cuando se alejaba del resto, con aire furtivo,
diciéndose que serían unos cinco o diez minutos, un disparo directo a la
garganta, sabía, muy en el fondo, que el joven terminaría arrastrándole para
que le diera lo que tanto le gustaba y necesita, sobre la cama, muy abierto de
piernas. Era imposible alejarse oyéndole gemir contenido, moviéndose como atormentado
bajo el control de un hombre, viéndose a un tiempo satisfecho pero también terriblemente
excitado. Era difícil resistirse a quedarse, despojándose imprudentemente de
todo y enchufársele, sabiendo que ese era el lugar a dónde el chico pertenecía,
porque, hacía rato que este ya lo había aceptado: sólo vivía cuando era montado
por machos.
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