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miércoles, 23 de agosto de 2017

APROVECHANDO EL MOMENTO LOCO


No era su culpa, era joven, vigoroso, caliente de sangre. Siempre quería sexo. Y el cuñado era un calentorro, lo mismo dándole palo a las nenas, que hueco caliente a los machos. Y la propuesta de atenderle con la boca, con ojos brillantes como si ya tuviera la retaguardia en llamas (necesitado de una larga y gruesa manguera que se lo dejara empapado), era más de lo que cualquiera podría resistir, aunque al principio el corazón casi se le paralizara, entre el rechazo mental a la idea y las ganas de la carne. Para su cuñado, ese zorro putón, era más simple: le gustaba el sexo. Y no podía ocultar que el marido de su hermana lo ponía mal. Siempre tuvo buen ojo para los machos la zorra esa. Y lo quería, sentirse bien atendiéndole ese tolete que le adivinaba enorme bajo las ropas, el cual seguramente sabría muy bien cómo joder, desde bocas a coños; y en ese momento él tenía de ambos un poco. Un hombre lanzándosele así al marido de su hermana, ¿podría haber algo más sucio, prohibido y excitante? Él no lo creía, y en esos momentos, mientras cabalgaba sobre la porra, tampoco era importante. 

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