¡Maldita
arpía!, gruñe frustrado por el rechazo de la mujer, dándose duro pero no
sabroso, llenando el cuarto con su olor y el calor de su sudoración y
excitación, no reaccionando a tiempo cuando el cuñado se asoma para preguntarle
qué hace que no sale. Fue tan vergonzoso, pero también intrigante notar como
toda idea racional pareció desaparecer de la mirada de ese putón que tira con
todas y todos, a la vista de su tranca, acercándose a la cama como en trance,
casi asustándole un poco, alabándole “esa bonita y buena barra que tienes”, pidiéndole
que se la enseñe. “¿Me dejas tocarla?", pregunta como un niño juguetón,
porque eso es lo que más le gusta. Y lo deja, sin saber exactamente por qué. Y
recibe esa buena mamada… para comenzar. Era una locura verle retorcerse de
ganas cuando lo llena, escucharle gritar lloroso de felicidad cuando va y
viene, pidiéndole, no, rogándole ser bañado de leche. ¿Quién se resistía a darle
duro y parejo? Especialmente si existe la posibilidad muy cierta de que puede
repetir, mañana o pasado, o cuando la tenga toda dura y tensa de nuevo. Que le pasaba
a cada rato.
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