Cuando
a cabo artillero Mackenna le ofrecieron plata si traía a sus compañeros de
armas en el Golfo Pérsico y filmaban un video porno, buscó a sus panas del
alma, aquellos con quienes bromeó, luchó, se asustó y venció. Chicos rubios y
guapos, cuellos rojos, bonitos cuerpos trabajados como marines. La cosa no les
convencía pero insistió, ¿plata por tirar?, ¿qué mejor que eso?, argumento…
Pero la vaina era gay. Y entre ellos, cosa que les privó entre risas y
protestas. Aunque era buena plata, tanta que probaron para ver, y vaya que
Mackenna probó, desde las llenadas a su tierno y hasta ese entonces virgen
agujero, cosa que le hizo gemir para sus adentros para que no le malinterpretaran,
a buenas chupadas que no se cansaba de dar y las rociadas sobre su lengua de
cálida y espesa crema. Jadeando, todos sonriendo nerviosos por lo vivido,
intentaban fingir que no pasaba nada, hasta que mirando al productor Mackenna
le preguntó: “¿dónde firmo para un contrato largo?”. Siendo recompensada su
osadía y sinceridad por los otros tres que, aullándole cosas, le tocaban y
acariciaban la cara con sus buenas varas mágicas. La dicha, pues.
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