El
tan cacareado nuevo orden se había iniciado hace tiempo, lenta y paulatinamente,
aún ante la resistencia desesperada de quienes gritaban que los hombres blancos
corrían peligro… especialmente si se montaban en el regazo de algún negro
pasado. Había comenzado con la integración escolar, cuando los mimados y
protegidos chicos blancos se encontraron de pronto con los altos y acuerpados jóvenes
de color, con sus buenas herramientas entre las piernas. A muchos les pasó como
al capi del equipo de este colegio, quien al buscar a su mejor amigo antes de
ir con su novia, le vio alimentándose con hambre de los recién llegados,
oyéndoles reír sobre lo bien que lo hacía, que los niños blancos parecían saber
hacerlo de manera natural. Agregando, uno de ellos, que lo abarcaba mejor que
su nena. Todo eso le parecía terrible al capi, que todo estaba mal, pero sin
poder apartar la mirada de sus trancas. Verle llamarle, escucharle el “acércate
y tócalas, blanquito, date gusto”, fue más de lo que pudo resistir. Y bien, ¿por
qué debía? Era un saludable joven de sangre caliente y quería probar. Y lo
hizo, mucho. Claro, lo que no esperaba era que ahora no pudiera funcionar, que no
sintiera nuevamente placer sexual, si no fuera abriéndose de piernas a un
coloso de color. Los otros dos si sabían, aunque no les dijeron ni les
importaba; era parte del nuevo orden que se iniciaba. Además, amaban el
lloriqueo de los chicos blancos cuando chupaban, único momento cuando parecía que
algo medio bien hacían. Era increíble ver sus labios formando un amoroso
corazoncito mientras abarcaban una buena barra de chocolate oscuro. Y siempre
querían.
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