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jueves, 3 de agosto de 2017

GUARRO


Era un cerdo desagradable, nadie lo dudaba, molestos, mirándole durante largos minutos hasta que terminaba su rutina, de principio a fin, pasada la media noche. Ninguno de los tipos que lo ve sabe quién es, o por qué hace aquellas guarradas con gestos tan mórbidos, o de dónde salió el enlace que les llevó a él, enojándoles, casi revolviendo sus estómagos de machos vernáculos… Enlace que guardaron y verificaron varias veces al otro día, hasta llegar la misma hora cuando apareció. Y lo miran, ceñudos, odiándole, duros bajo los pijamas o calzoncillos, lanzando miradas para comprobar que las esposas, novias o queridas continuaran dormidas en las alcobas antes de meter una mano y darse. Cada uno imaginando lo que le gritaría al sucio ese (lo que le haría), si un día se lo encontraba en las calles. Erizados cuando este termina, jadeando, chorreado, y gruñía: “Cómo me gustaría que estuvieras aquí para que me dieras justo lo que necesito, papi, el tuyo”, lamiendo aquello. Eso era ir a dormir todavía calientes a pesar del culpable orgasmo experimentado.

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