Era
un cerdo desagradable, nadie lo dudaba, molestos, mirándole durante largos minutos
hasta que terminaba su rutina, de principio a fin, pasada la media noche. Ninguno
de los tipos que lo ve sabe quién es, o por qué hace aquellas guarradas con gestos
tan mórbidos, o de dónde salió el enlace que les llevó a él, enojándoles, casi
revolviendo sus estómagos de machos vernáculos… Enlace que guardaron y
verificaron varias veces al otro día, hasta llegar la misma hora cuando
apareció. Y lo miran, ceñudos, odiándole, duros bajo los pijamas o
calzoncillos, lanzando miradas para comprobar que las esposas, novias o queridas
continuaran dormidas en las alcobas antes de meter una mano y darse. Cada uno imaginando
lo que le gritaría al sucio ese (lo que le haría), si un día se lo encontraba
en las calles. Erizados cuando este termina, jadeando, chorreado, y gruñía:
“Cómo me gustaría que estuvieras aquí para que me dieras justo lo que necesito,
papi, el tuyo”, lamiendo aquello. Eso era ir a dormir todavía calientes a pesar
del culpable orgasmo experimentado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario