Era vergonzoso,
se dice el joven negro sureño cuando oye al sujeto blando decirle que sabe lo
que quiere, servirle. “Cosa natural, ya que tres generaciones atrás estarías
aliviando a mi bisabuelo en un establo antes de regresar a recoger algodón todo
chorreante”. Le irritaba lo caliente que lo ponía escucharle, lo mucho que se
le abría cuando metía el juguete. El otro sonríe leve, alimentar y adiestrar a
esos chicos negros era una tarea que no se podía abandonar, ¿qué se harían sin
ellos para indicarles cómo comportarse?, y teniéndolos lleno, ¿quién les enseñaría
el cómo moverlos para dar buenas apretadas y chupadas hasta dejarlos secos?
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