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domingo, 18 de diciembre de 2016

¿LA CARCEL DEL AMOR?, NO


   Aunque no lo demuestra, sonríe para sus adentros escuchándole gemir y viéndole estremecerse cuando el chico le toma, duro, a fondo, llenándole, abriéndole con fuerza y ganas de juventud. Ya no insulta ni grita retador, como cuando llegara detenido tres horas antes, insolente, confiado en que sus padres irían y le sacarían rápidamente por conducir algo embriagado, otra vez, derribando unos botes de basura. Otra vez. No, en esta ocasión no le sacarían, los padres querían que le diera una lección, pero el chico no necesitaba saberlo. A sus gritos de “¿te volviste loco, maricón?”, al exigirle desnudarse, sus amenazas de gritar y denunciarle, luego berrear pidiendo ayuda, más tarde por sus padres, prometiéndole que se arrepentiría de eso, cuando los chicos llegaron a tomar lo que habían comprado con cigarros, continuó la agonía de ser esclavizado.


“Silencio, perra, lo único que te queda es bajar la cabeza y obedecer”, le rugió a la cara. Viéndole, oyéndole mientras es empalado, le preguntas si no es sabroso someterse, seguir sus órdenes, ser una perrita sumisa. Uno y otro llegaron, lo usaron, mareándole, él gritándole en todo momento que de ahora en adelante la única excitación, su único placer llegaría de sus agujeros tomados por hombres; que no alcanzaría ni un orgasmo si no estaba clavado sobre la masculinidad de uno. Ríe recordándole la cara que puso al tener el primero en su boca, y que ahora parecía una golosa tragona. Si, sonríe pensando en la semana que viene, con el chico ya en la calle, cuando necesitara sentirse vivo nuevamente, tomado, y le busque, porque ese chico le buscará, momento cuando le ordenará que se depile todo el cuerpo, que de ahora en adelante lleve sólo tanguitas, acompañándole a fiestas donde divertiría a sus amigos. Ah, claro, y no cometería más infracciones de tránsito.

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