Mientras
se agita y chilla, Vicente sabe que
detesta a su vecino. Ese carajo agradable, masculino y divertido se había hecho
su amigo al mudarse a la casa de al lado, comentando, en frente de otros, que
debía ser bueno tener una pinta tan bonita como la suya que le hacía popular
entre las chicas. Todos reían, hasta su esposa, pero a Vicente le inquietaba
por dentro. Ese tipo le aconsejó que usara ropas ajustadas, con pantalones que
abrazaban y destacaban su trasero, luego que probara tangas, para notar cómo le
quedaban. Cosa a la que se negó, como macho; pero sintiéndose travieso, una
tarde que Marla no estaba, se puso una de sus pantaletas para mostrarle, como
jugando. Grave error… Era lo que esperaba ese sujeto para meterse en su cabeza,
abrazándole, tocándole, besándole, llamándole linda putica, mientras le
recorría con un dedo dentro de la tanga, desmantelando sus defensas,
desbaratando sus mentiras, poniéndole a chillar agudo mientras se amaban, en
medio de las risas burlonas del carajo, las nalgadas, los “agita bien tu coñito
caliente, bebé”. Le odiaba por hacerle notar, que montado sobre su regazo,
subiendo y bajando como desesperado, estaba ocupando su verdadero lugar.
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