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martes, 3 de enero de 2017

EL CARIÑO DE PAPI


No sabe por qué siempre se reía sorprendido cuando le ordenaba algo, severo, advirtiéndole lo que le pasaría si se portaba mal o desobedecía. Como ahora. Nuevamente le daba una tunda sobre sus piernas, palmeándole duro el trasero, tan sólo porque quería salir con los guapos chicos del colegio. Muchacho al fin, no entiende las preocupaciones del otro, quien le hacía eso porque le protegía, porque le quería, porque era “su chico”. Le nalgueaba porque sabía que el afeminado joven necesitaba la firme mano de un hombre para guiarle y evitarle líos mayores. Que sabe llegarán en algún momento, se dice suspirando, aunque le cuidara y lo aleccionara. Uno o dos años más y ese muchacho tan sólo pensaría con su conchita caliente, urgida de sus amigos. Pero debía infundirle algo de sentido común para que no se regalara en cada esquina, que se respetara. Era la labor de un padre, se dice alzando la mano una y otra vez sobre las firmes, turgentes y redondas nalgas de su muchacho. Como hacía, prácticamente, cada tarde cuando Berta salía para el trabajo.

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