Todos
los hombres jóvenes de por ahí sabían del apuesto sujeto que trabajaba en aquel
gimnasio para señoras que babeaban por él, que recorría la cuadra, o subía a
los buses, buscando con quién. A tíos jóvenes a los que convencía de dejarse
dar una chupada, a los que estos, algo temerosos pero calientes, como todo
joven macho cachondo, accedía. Pensaban que iban por una mamada, pero el muy
guarro sabía secretos y podía desde todas las bases con todos los que llevara,
dos, tres o cuatro. No importaba, él podía agotarlos y secarlos a todos,
mientras estos se divertían y, a veces, experimentaban también un poco.
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